El otro día estaba viendo la serie de dibujos animados Futurama, más concretamente el capítulo 9 de la sexta temporada, cuando se me ocurrió un nuevo Pincho de Arqueología. En el capítulo se discutía sobre el ya desfasado –o así lo creía yo- tema del eslabón perdido. Se supone que el eslabón perdido es una especie intermedia entre los primeros primates y nosotros, los homo sapiens. Estaríamos hablando de un humano mitad mono o de un mono mitad humano, y su ausencia implicaría que la evolución no afecta al ser humano, fortaleciendo así el creacionismo.
Efectivamente, el eslabón perdido no se ha encontrado porque simplemente no existe. La especie homo sapiens, a la que pertenece todo aquel que esté leyendo este blog y al igual que el resto de especies, surge como resultado de una evolución que comienza hace 4700 millones de años. La historia de la tierra es como un gran árbol cuyas ramas (especies) crecen con el paso del tiempo y se diversifican (evolucionan) a su vez en más ramas. El mecanismo de evolución se basa en pequeñas mutaciones que hacen al individuo más o menos capaz de adaptarse al medio que lo rodea. Si esa mutación o variación le hace más capaz, el individuo vive y se reproduce. Si no, muere y esa modificación se pierde. Si vamos sumando estos pequeños cambios a lo largo de miles de años, observaremos como las especies cambian o “evolucionan”. Es por este motivo por el cual no hay un eslabón que falte, no hay un individuo que nazca como “enganche” de dos especies, surgiendo mágicamente el ser humano.
A pesar de ser un concepto decimonónico, hoy en día seguimos escuchándolo en noticias, televisión, revistas, etc. de modo que si vuelves a oírlo, interprétalo como una metáfora (se me ocurren muchas) o bien como ignorancia del ponente, ante lo que te recomiendo que cambies de canal o bien te hagas unas palomitas y disfrutes de un poco de ciencia ficción.